martes, 28 de febrero de 2012

3° Cumbia nena... de la buena! (setembro 2011)



"3º Cumbia, nena de la buena". Proyecto de Integración Socio Cultural".

 LaBanda del Río Salí// Bailarinas de Danza Contemporánea: Cinhtya Martín, Sandra Aguirre, Sylvia Seú// David Emmanuel López ("Entre Maipú y Junín", lienzo)// El Fabri, acción creativa en vivo// Exposición Fotográfica: "Metatextual: El Cumbia, nena dentro del Cumbia, nena", de Danel Burgos// Reparto de Audiolibros, señaladores y poemas// Recitado de letras de cumbia y poemas celebres.

 Diseño de afiche: Diego Bernachi (Bs.As.)

 *Agradecimientos más que especiales a TODOS LOS ARTISTAS QUE APORTARON SU MAGIA, TALENTO Y COLOR.

 A Alejandra Abdala (Condesa Sangrienta) y a Cecilia Santillán, por permitirnos con sus respectivas donaciones poder seguir, seguir...

A Gabriel Amos Bellos por ayudarnos a grabar los audiolibros.
A la Asociación de Puesteros del Mercado del Norte (Sr. Campero y Claudia). Al Administrador Municipal del Mercado del Norte Sr. Castelli.

A los compañeros de sueños colectivos.

El registro fotográfico es, como de costumbre, de mi hermano DANIEL BURGOS.

Producción General: Biblioteca Parlante Haroldo Conti Integrantes de LaBanda del Río Salí: Mario Ramírez, Augusto Salado, Roberto López, Benjamín Guardia Barbieri, Maxi Salado, Javier Secco, Alejandro Nicolau, Leandro Macchi, Facundo Nanni, y el gran Pelao Martín Chebaia.


Videos e fotos del 3° Cumbia Nena:

























***

lunes, 27 de febrero de 2012

El partido




A la nostalgia, a las pasiones del alma, y al fútbol, eterna razón de encanto y desconsuelo… Comenzó a correr con los pantalones cortos transpirados, el abrirse y cerrar de los poros de sus piernas sintiendo la brisa a contramano, de espaldas, pero a gran velocidad, mirando al cielo como quien observa a través de un microscopio electrónico, intentando encontrar esa respuesta en la organicidad de una pelota de fútbol. Chocándose duramente con rivales de camisetas parpadeantes y mojadas, calientes, que le propinaban codazos secos y patadas a lo “yo no fui referí”, “ni lo toqué”, “fui a la pelota” y cosas por el estilo… pero de nada servía la excusa, con la pelota finalmente en los pies, dominada en el pasto que era tierra, cayó violentamente y el pitido del silbato aceleró los corazones hechos nudos o frutillas en las voces de los presentes a los costados de la cancha. Cecilio acomodó entonces la pelota y sintió la gota de sudor correrle por las mejillas para luego sucumbir estruendosa, despedazándose sobre la tierra calma. Solo era él y el arco. 

El potrero. Ningún estadio con plateas ni palcos petulantes. Un potrero. Hecho y también derecho, sin estruendos. A todos nos gustaba jugar en el potrero, hacernos un nudo en el potrero corriendo la pelota como si se tratara de la final de un campeonato del mundo, de un “mi sueño es jugar un mundial y salir campeón”, si lo había escuchado en las noticias ese mismo día, en un programa que repetía los pormenores del último título mundial de nuestra selección conseguido en México ese año. Nos gustaba el potrero porque aprovechábamos las mañanas del verano para jugar a la pelota, nosotros, once amigos que nos seguíamos juntando desde la primaria, y del otro lado, ellos, los “Traviesos”, o como les gustaba llamarse a los del barrio limítrofe, un poquito más al sur, que nos chorreaban gastadas cada vez que nos cruzaban en la semana, a Chicho, a Luis, a Jaime, a Cecilio, a Lucas y a todos. A mi también. A todos. Todos éramos víctimas del gritito itinerante que ya era un clásico de la humillación, “vos sos hijo nuestro, no nos ganan más”. Y sí, en la mente futbolera de muchachos de quince años ese era un puñal difícil de sacar. 

En los últimos 3 años, desde aquel 25 de enero de 1983, en el que habíamos inaugurado el campito de fútbol, el potrero a pura tierra, en la bisectriz de los dos barrios, no habíamos logrado ganarles nunca. Y eso no era poco. Aquel día, el 29 de octubre de 1986 nos juntamos por última vez. No era un día cualquiera, River Plate, equipo del cual éramos los once muchachos hinchas fanáticos, jugaba su final para decidir el campeonato de Copa Libertadores de América por primera vez en su historia. No era un día más, y vale la pena la aclaración, nosotros jugábamos con la camiseta de River, habíamos decidido comprarla a como diera lugar para armar un equipo que emulara a los grandes de la banda, Carrizo, Pedernera, Sívori, Labruna, Onega, Moreno, Passarella, y los nuevos ídolos, los que jugarían ese ansiado partido, Alonso, Funes, Pumpido, Gallego, Enrique, Alzamendi, y tantos otros que quedaron en la historia. Lo dicho, ese no era ni fue un día más. Los Traviesos, once energúmenos que juntaban entre sus participantes a hinchas de clubes tan disímiles con Boca Juniors, Independiente, Racing, Platense y Chacarita, coincidían en una sola cosa, todos eran anti River, durísimos antifútbol que no querían otra cosa que el fracaso para el equipo de nuestros amores. Nosotros, así como ellos, teníamos un nombre de guerra, una enseña futbolística de la cual enorgullecernos: “La Banda acuática del Millo”, o “Los Acuáticos” en su versión más acotada, llamada así porque la defensa y el mediocampo de la formación parecían moverse como peces en el agua, aunque los que más flotaran fueran Lucas y Cecilio, los delanteros del equipo, que lamentablemente no lograban hacerle goles ni a un arco vacío de diez metros por diez metros. En realidad iba a que, la noticia comenzó a correr el 27 de octubre a la tardecita, de boca de Cecilio, que llegó con el corazón agitado y dando saltos, a dispersar el mensaje puerta a puerta de que nos habían propuesto un partido definitorio, “de vida o muerte” según palabras del mismo Cecilio, el 29 de octubre a las 22 horas, justo en el momento en que se jugaría la esperada final de la Copa. 

La cosa era que Los Traviesos, tuvieron la poco feliz, pero desafiante idea, de arreglar un partido que definiera un ultracampeonato final de un solo encuentro entre ambos bandos, ellos de un lado, y nosotros del otro. Uno solo. Ni un partido más. Y encima ese día por la noche. El que ganara se quedaría con el control del potrero y la gloria. El que perdiera sería desterrado del mundo futbolístico barrial, obligándose a buscar nueva cancha y teniendo que cargar con el fracaso, como si eso fuera poco. Enterados del asunto, nos reunimos el 28 al mediodía en la casa de Lucas a debatir sobre la propuesta. Estaba claro que era un desafío difícil de digerir, se jugaba el control del potrero que tanto nos había costado conseguir, pero además nos debatíamos por un lado ante la humillación de darnos por vencidos antes de jugar si no aceptábamos, con lo cual se vendría un ventarrón de gastadas y escupitajos en la cara hasta el día mismo en que nos mudáramos de barrio, y eso no era algo que pudiera pasar en un futuro cercano; y por el otro lado, estaba la final, nadie quería por nada en el mundo perderse la final de la Copa Libertadores, con River teniendo tantas chances de ganarla, después de vencer 2 a 1 al América, en el partido de ida en Colombia. Debatimos durante cinco horas y llegamos finalmente a un veredicto. El partido se jugaría el 29 de octubre a las 22 horas, cueste lo que cueste, ya lo habíamos decidido, si ganábamos someteríamos por fin a una humillación pública a los Traviesos y eso no era cosa para andar desperdiciando, y además podría darse la clara posibilidad de que diéramos la vuelta en el potrero emulando la consagración riverplatense, haciéndolo definitivamente nuestro. El corazón nos latía fuerte, nos dolía casi, nos sentíamos ante la responsabilidad histórica de ganar el partido y desterrar de una vez y para siempre el fantasma del barrio sur, un clásico que habíamos sentido como pesada carga y rutilante fracaso durante los últimos 3 años. 

El 29 de octubre a las 22 horas hacía calor, en la piel y en el alma. Nos juntamos en el potrero con la luz del alumbrado público y la gente que apoyaba a unos y a otros como testigos de una noche que definiría el resto de nuestras vidas. Era así. Lo sentíamos así. Nosotros y ellos. Ellos, incomprensiblemente, pero con total despojo y soberbia, se jugaban infantilmente un prestigio ganado a base de partidos y goleadas, casi por el placer de vernos cruelmente humillados por última vez, por el morbo de poder pisarnos, aunque figuradamente, la cabeza con sus botines izquierdos. Nosotros en el suelo implorando clemencia, ellos desde arriba riendo a carcajadas. Nosotros no nos jugábamos ningún prestigio, estaba claro, pero sabíamos muy bien que si perdíamos quedaríamos manchados para siempre por esa olorosa grasa del fracaso y la desdicha. Pero valía la pena. Esa noche, algunos de los asistentes seguirían con sus radios los pormenores de la final en el Monumental. Nosotros no tendríamos mucho tiempo para eso, pero tendríamos el orgullo intacto, sabiendo que pasara lo que pasara, y muy a pesar de destierros, manchas y penurias, “Los Acuáticos” quedaríamos como romanos feroces batallando en Falanges, que no se esconderían cobardemente en glorias más sublimes. 

Estaba todo dicho, los equipos nos paramos frente a frente, luego del sorteo, cada uno en su campo, y nos miramos a la cara por última vez. Nos desafiamos y nos dijimos seguramente un par de cosas haciendo un claro ejercicio de telepatía. El árbitro, Don Pepe, el verdulero de la plaza Belgrano que también dirigía en las divisiones de liga, impartiría justicia con su silbato. Los capitanes nos dimos las manos cruzando miradas solemnes, los ojos rojos y los ceños fruncidos. Nos deseamos suerte. Las radios quemaban, los gritos en las tribunas en el Monumental quemaban, los dientes de la gente aquí y allá quemarían seguramente. Era lo que debía ser. No había tiempo para cagones. La historia estaba echada. Y el pitazo sonó. La pelota comenzó a rodar y los corazones se hincharon, era eso, nos sentíamos nosotros y ellos seguramente como un ejército en su batalla, sabiendo que luchábamos por una causa justa, dejando el alma en cada cruce, en cada pelota, la vida en cada salto, en cada córner, en cada tiro libre. Claro, era un partido de fútbol. Chicos contra chicos. Sin embargo, el contexto lo elevaba a un acontecimiento barrial sin precedentes. Se jugaban cosas grandes. Para nosotros, adolescentes casi niños, era así. Y era justo. Pero el partido era eso, un partido de fútbol que se hacía de ida y vuelta. Áspero como una lija, pero normal. Manuel y Gonzalo, los delanteros de los Traviesos estrellaron pelotas en los palos y erraron algunos goles cuando promediaba el primer tiempo. Cecilio y Lucas hicieron algunos tiros al arco, sin suerte y sin justicia. La defensa, la nuestra, estuvo entera, el mediocampo algo cansado, pero de pie. Ellos también estaban enteros, habían aguantado tanto o más que nosotros, la carga psicológica era tremenda, que se entienda, ellos sabían que podíamos dar un paso en falso en cualquier momento, nos tiraban el historial encima, el peso de la historia, pero también conocían sus limitaciones. Estos partidos no se ganaban sólo con la camiseta. 

El segundo tiempo decidió la historia. Las dos. Las radios devolvían el aliento y los gritos de casi goles en el Monumental, los “¡¡uhhh!!” ensangrentados de los hinchas, hasta que Gonzalo, luego de esquivar a Emilio, nuestro más hábil defensor, se fue al arco solo para enfrentarse con el destino. A Chicho, nuestro arquero, se le puso la cara roja, hasta el día de hoy no sabe que ángel hizo que eso ocurriera pero ocurrió, se fue corriendo a los pies de Gonzalo y éste, apurado por el achique, tiró la pelota al arco, la redonda pegó en la base del poste derecho y salió casi silbando afuera. Pura suerte. El corazón volvió a latir y entonces supimos que faltaba poco. Chicho sacó fuerte para arriba, tan fuerte que la pelota se acercó por los aires hasta el área grande de los Traviesos, Cecilio la mató de pecho y la dominó en el pasto que era tierra, pero el patadón de uno de ellos no dejó dudas en el árbitro. Penal. Era ahí. Ahora o nunca. Penal, sí, penal. Nos abrazamos todos mientras veíamos a los Traviesos protestar alrededor del árbitro. Nos abrazamos y entonces Cecilio acomodó la pelota en el puntito blanco mirando al arco. Gol de River. El “búfalo” Funes había hecho su parte, la Copa Libertadores era casi una realidad ineludible. Nosotros, debíamos hacer la nuestra. Faltaban 5 minutos y los corazones no daban más. La gente alentaba, las radios quemaban. Los corazones quemaban. La pelota quemaba. Cecilio miró al arco de frente, tomo la correspondiente carrera, aunque más larga que de costumbre, y se dirigió al infinito casi cerrando los ojos. Lo demás, ya es historia. 


 Sebastian Parra

Pequeña anedocta infantil




Los restos de una fortuna torturante. Bajo horizonte, la ruta. Me voy, me voy, me voy ya!. Irse siempre es tan interesante como regresar, pero jamas vuelves a un mismo lugar, el efecto modificacion del tiempo vio? Los gritos a un papel, la magia del arbol que agoniza esta siendo liberada en tu desnudez. Y no resisto a los encantamientos, mis movimientos torpes de cangrejo hermitaño no me permiten esquivar los rayos inconexos y persistentes de aquella discipula de Merlin. A decir verdad la voluntad también se me ha relajado un poquito. Y te guste o no lo que esta destinado a crecer va a crecer porque para eso estan hechas la cosas. El viento te lanza los embriones y una explosión de mistica genetica acomoda dulcemente las fichas con asombroso y aparente azar. 

Cuando ella había terminado de comer el caramelo guardo en su bolsillo el papel y me acaricio con los dedos melcochados y como si estuviera violando el codigo civil me los lleve a la boca pa liberarlos de el edulcorado pegote y del sabor a libertad en perpetuo movimiento. Y yo estaba con tantas pero tantas ganas de jugar, y solo la miraba con ojos de pichon fiero que ha llegado al mundo para ver la primera tempestad y crecer su pájara existencia en un nido que florece, que florece en el centro de un incendio. Y se siente como cuando uno ha atravesado una larga enfermedad y en subita recuperación salta por la ventana del hospital semi desnudo y con las cicatrices apenas cerradas corre y corre son saber como, ni donde y menos porque. 

Y solo volvi a verla aquel dia, aquella tarde a orillas del rio de azufre. Rastros de una ansiedad mineral dejaban camino de hormigas entre la tierra pegada. Ella parada frente a mi con aliento piromaniaco. Yo tenia aquella pelota pequeña, colorida, flexible y combustible. En mis brazos tenia la energia suficiente como para viajarla de mano a mano, regalarle esos viajecitos ritualizados, envolverla en razon de ser. Un atronador grito de fuego basto para encender toda la pelota que quedo envuelta en llamas, frente a mis ojos, entre mis manos. Y yo sin poder deternem ni retenerme.

 Los fuegos fatuos, los puentes quebradizos, la colorida escena y yo ahi, pero ya no ahi. He asumido que crece un invierno entre los pasos que nos separan. Y se que no habra olvido limpiando la tierra pegada en la cara de los soldaditos que enterraste. ¿Jamas pensaste que tal vez no querian ser desenterrados? Tal vez solo hayan querido ser recordados y que su descomposicion haga crecer tu voluntad a su memoria. 

¿Que soledad padeces vos? ¿La que te hace sentir desintegrada del mundo porque las razones que te mueven no son fertilizadas por aqui? O la otra la lucia, la que se te pega por la ausencia de un representante del mundo en vos, la que lleva el blanco en el vientre, el blanco de los papeles sin escribir, el naranja del sexo floreciente, del deseo de abonar, de abonar deseo. Correr por el verde y sembrar, sembrar para que si el viento te trae de nuevo haya algo floreciendo. 

Enojos en ojos, ojos y encono. Yo solo estoy aqui lleno de todo. Las ruedas estan listas he engrasado el camino del viento, he orientado mi radar hacia el campo seco, el monte a medio caer, lo impenetrable, las calles tristes, las ciudades vacias, las miradas llenas, las conciencias niñas, los llantos que sueñan revoluciones y las revoluciones que nacen de los llantos...y con los dientes apretados te juro que me vas a ver pasar sobre ruedas y en el rastro te voy a dejar flotando una pregunta... 


 Luis Palacios


*Una fotografia de Daniel Burgos


***

Entierro de Carnaval



"Creo que lo gastamos por el cuesta abajo de alguna calle…" 

 Otra vez las espaldas
 y estas uñas que retienen orfandad 
cuando me hace sentir inconcluso 
el boca arriba de los alcoholes. 
Pastorean cruelmente lejano 
al hilante sangrado del joi joi. Entonces, 
quedo convencido de cierta irrealidad. 

 Corvo, lo sólo le deja 
la poca luz flameante de la albahaca; 
de cuando la mujer 
improlija 
le atentaba la boca 
con la irrecuperable cartografía del andar del río. 

 Miro atrás, y adelante es lo mismo… 
Otra vez saboreando la harina del aire en descenso. 
Otra vez me llaman desde abajo 
y debilitado reconozco con el oído 
lo que resume el tiempo 
por las raíces de los algarrobos. 

Ya me pesan los diablos de ferrito
 desdibujándose en mi cara. 

 ¿Por qué de nuevo me guarda la luna uterina de Amaicha 
confundiéndome con una cría de las heladas? 
¡Ay, pero estoy tan blando! 

 Los escalofríos irán acostumbrándose a ese latido cerrado 
sin tener que recordar 
 que ahí lo puso el olvido. 

 Gabriel Gómez Saavedra 


*Una fotografía de Daniel Burgos


***

El círculo

Daniel Gonzalez Rebolledo lee en el teatro "El círculo" de Rosario, convocado por Hector Berenguer el 15 de febrero de 2012.







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Dimensión Desconocida



Ella nunca fue mi amiga. Las dimensiones de la amistad son, por lo menos, indescifrables. 

Cuando vi que era inevitable que nos crucemos en esa calle esa tarde pegajosa de verano, mi intención intuitiva era saludarla y seguir mi camino sin mayores demoras. Pero ella se detuvo y yo también. Las dimensiones de los saludos a mitad de una calle son, sin dudas, indescifrables. Su abrazo y su felicidad me desconcertaron. Pensé que a lo mejor fuera verdad que mi historia con vos le haya dado la iniciativa y el valor para escribir la suya. Después de todo no hay dudas de que abrimos un camino. Quizás por eso, cuando le pregunte cómo estaba por pura cortesía, comenzó a hablarme de él. Me hablaba sobre él y ella y los sentimientos y la eternidad.

Yo también una vez lo creí, pensaba mientras ella seguía hablando y yo ya no la escuchaba. O mejor dicho; muchas veces lo creí, pero una vez lo creí y lo sentí. Por eso no podía decirle nada a ella, y también porque quería creer que tenía razón y que los equivocados éramos nosotros. Que difícil. 

Al principio del final, mientras lo vivía, no me di cuenta de que todo había sido tan fuerte. Empecé a vislumbrar la magnitud de los hechos cuando mucho tiempo después, cuando ya no pensaba en nada, algunas personas que me conocían bastante no sé en qué contexto ni por qué me preguntaban por vos. Decían: y, y a continuación tu nombre, y a continuación puntos suspensivos, tan suspensivos que lo suspendían todo, una pausa en el universo que me trasportaba a tus ojos grandes y al tiempo en que éramos invencibles. Y entonces volvía a pensar en vos, volvía a pensar en que muchas veces lo creí, pero una vez lo creí y lo sentí, y le rogaba a Dios y al mundo y a la naturaleza y a todo aquello a que un hombre pueda rogarle; que ella no estuviera equivocada. 

Es que nos pasaron tantas cosas… y lo superamos todo, decía ella en medio de la tarde. Claro que sí, tenía ganas de decirle yo. Pero me quedaba mirándola, y trataba de pensar en vos o en alguien o en el amor. Pero no podía, y seguía mirándola a ella tan linda y feliz, y suponía que alguna vez, con seguridad, yo habría pensado y habría dicho lo mismo, pero esa tarde no podía recordar. Las dimensiones de los recuerdos son, siempre, indescifrables. 

Ella me miró mirándola y se calló. Por fin se calló. No sé qué habrá visto pero estaba seguro que estuvo a punto de decir y, y a continuación tu nombre, y a continuación puntos suspensivos. Pero en realidad no estaba seguro de nada. Cómo podía estar seguro de algo, de cualquier cosa, parado en medio de una calle pululante con una temperatura de casi cuarenta grados, hablando sobre cosas que ya ni creía ni me interesaban, con una mujer que a lo mejor, en otras circunstancias, podría haber sido mi amiga, mi amiga de verdad, o quién sabe si algo más, pero no ahora, no cuando su imagen remitía directamente a otra, a otra que significaba (y quizás signifique todavía) tanto, pero que ya olvide (¿olvide?), porque ya no quería que me duela. No sé qué habrá visto. 

Algo quizás horrible, algo quizás monstruoso, porque como si de repente se transformara en otra persona, o como si yo me transformara en otra persona, o como si por fin se diera cuenta de quiénes éramos ella y yo, y lo incomodo y ridículo y sin sentido de la situación, porque nunca fuimos ni podríamos ser amigos, me dijo; que andes bien, y se fue como si nada, como yo me hubiera ido desde el principio, como se me pasaban las horas y los días y los meses, y quién sabe sino también los años, desde hace algún tiempo. 

 Rodrigo Suárez Ledesma


 *Una fotografía de Daniel Burgos

:::TENDERERO LITERATIO: Un tren con destino literario:::

· · ·Un tren con destino literario. . .

 Tendedero Literario y Cortina de CDs organizado por la Haroldo Conti Biblioteca Parlante.

 Plaza Alberdi// Octubre 2011


 Con la participación especial de Dixi He Dicho.


 Todas nuestras actividades son GRATUITAS y AUTOSUBSIDIADAS.



















*Fotografias: Sandra Aguirre
Clique para ampliar.

domingo, 26 de febrero de 2012

Intervención Urbana


Una antología de literatura para escuchar

‎"AUTORES Y/O TEXTOS INÉDITOS POR SÍ MISMOS: otra antología".

 El día de la presentación de nuestra antología sonora. 20 autores del NOA, en una publicación de Peras de Olmo- Ars Continua y Haroldo Conti Biblioteca Parlante.

Casa Dumit// Diciembre 2011

Imagenes de la noche:



María Belén Aguirre 
Escritora tucumana y creadora de la Biblioteca



Condesa (Sarah Abdala) junto a Luis Palacios en la presentación de la Antologia.








Otras más:







 


La Antología en la Gaceta de Tucuman:

"Como resultado de un proyecto conjunto de la Biblioteca parlante Haroldo Conti y el Laboratorio Editorial de Peras del Olmo-Ars Continua, de Buenos Aires, ya está a disposición de los tucumanos una antología de poesía y relatos de 20 autores del NOA. Es original por donde se la mire: literatura para escuchar y, como si fuera poco, leída por sus autores."


CONTINUE LENDO AQUI...


Escuche la Antología:



Se desea adquirirla, por favor escribir a: biblioparlante01@gmail.com




Para ampliar las fotos es solo clicar sobre ellas!


Fotos: Sandra Aguirre
***


jueves, 23 de febrero de 2012

Amanece




Estaban tirados sobre el piso, al lado de la cama. Inmóviles, miraban hacia afuera a través de la ventana. La ventana daba al este. Y desde el este comenzaba a aclararse el cielo. No quiero verlo, dijo él. Ella lo abrazó. Volvió a besarle la frente y le dijo: cerrá los ojos. Habían estado toda la noche despiertos. Habían intentado hacer el amor y no: la noche se prestaba para otro tipo de cosas. 

Así que la pasaron fumando, charlando, masticando chicles sabor a fruta; todo el tiempo desnudos, primero en la cama, después en el suelo. Ahora amanecía y ellos sentían el avance de la claridad. Él seguía con los ojos cerrados. Dormitaban. Él dijo, de repente: no quiero verlo, no me dejés… 

Ella le rascó la cabeza. Un rayo anaranjado se filtraba por entre las cortinas. Pegado al piso, avanzaba lentamente hacia los pies de su compañero. Él abrió los ojos. Negó con la cabeza y encogió las piernas: las alejó del posible roce con la luz. No quiero, no, repetía. Ella estiró la mano hasta alcanzar un cigarro a medio fumar. Buscó el encendedor entre las sábanas, prendió el cigarro y le dijo: no abrás los ojos, todavía no ha pasado lo peor. 

 Gabriel Guanca Cossa


 *Una fotografía de Daniel Burgos

Silencio




Ya no digo más …. 
ya no existe el tiempo 
Funestas las voces que quiebran mi templo 
Tan intensa luz… brota desde el centro 
Allí...donde el grito desvanece… 
Mueren los recuerdos cercano dolor….
ejanos momentos... 
Soplos del amor, de un eterno vuelo
 Tan intensa luz… brota desde el centro 
Allí……donde las voces se apagan… 
y vibra el silencio. 


 Nancy Ocampo


***

Intemperie





No la tormenta, no: 
sino este 
negro sol que 
-impío- 
abate inversa 
luz 
contra la vacuidad 
inerte 
del planeta. 

 Gabriel Amos Bellos 



 *Una fotografía de Daniel Burgos.

Sábado Sábado



voces confusas paredes del amor 
canto que se pierde, cables al cielo 
altares de fuego en la celebración 
la copla de los vecinos improvisan las fuerzas 
los caballos cruzan y está ardiendo la voz 
un puneño traidor entre las alabanzas al telo
 transformá la realidad 
la luz y el sol entran por la ventana 
los autoes se manifiestan 
se alzan clarines y fuegos artificiales 
bombas, cuál es? 
el lenguaje de esa alegría dios, 
cuál es dios? 
dios es el hombre de las amistades que hablan 
niki va a estra en un ultramar 
pete va a estar en un convoy 
los días son cien luceros son 
dados vueltas y qué sé yo 
de qué forma ni qué se yo 
un traidor gesticulando por las mesas 
en el cine quemadas las lenguas y sus dueñas 
arderán arderán la ciudad limpia de espadas y de soledades 
soledad soledad 
oh mantra de la ciudad 
ardiendo ardiendo 
en qué ritmo, de qué fuego 
la sirena choca con los bloques 
una piña dada en el más vil de los equipos 
otro libro más que te puede sacar del piso. 


 Federico Leguizamón



*Una fotografía de Daniel Burgos.
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